La primera masa siempre es la de trigo, la más grande, ya que con ella se preparan los panes de trigu, los de cuatro granas y los de calocas; además es la más pedida.
Colocamos la harina en la masera, pesamos la sal, medimos el agua caliente, la yelda... y comienza el trabajo de brazos: remover y remover, ir añadiendo harina y remover más y más hasta que la mezcla y consistencia son las adecuadas. Pesamos para comprobar que tendremos la cantidad suficiente, tapamos como si fuese un niño y... ¡talánnnn! Primer reposo. Mientras, vamos preparando la masa de escanda, segunda en tamaño, y después de repetir todo el proceso, cuando la dejamos tapada y reposando, volvemos a la de trigo.
Ahora hay que golpearla y alargarla, arrancando los trozos, unos sobre otros, una y otra vez, para que el gluten teja una buena red con sus moléculas y quede una masa esponjosa, sabrosa y digestiva. Es en este rato de golpeo cuando solemos tomar el primer té. Son alrededor de las 7h. Suena el borboteo del líquido caliente cayendo en las tazas. Un poco de azúcar... y un aroma nuevo entra en la habitación, a té negro con bergamota (a veces alguna otra especia más) y nos entona el cuerpo y el ánimo.
Una vez terminado el golpeo, comienza el segundo reposo, el más largo, de unas dos horas, durante el cual la masa crecerá el doble de su volumen.
Mientras el trigo y la escanda yeldan, pasamos a preparar las masas de centeno, de sin sal y de temporada, repitiendo el mismo proceso con cada una. Con el pan de temporada se añaden nuevos aromas: canela, clavo, jengibre, naranja, aceite u olivas. Todo un placer.
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