Enseguida un nuevo olor nos envuelve, más dulzón, más tostado, más goloso, a la vez que el calor nos abraza también, sudorosos.
Mientras una hornada se cuece, vamos preparando las siguientes. Cada vez que abrimos el horno para sacar esos panes guapus y estupendos -que sí, que se lo decimos: ¡guapuuus!-, dorados y crujientes, el calor se hace casi insoportable. Nada más salir unos, entran otros, sin pausa.
Los panes cocidos se colocan en las baldas. Quinto reposo, el último... para enfriar y acabar de hacerse en su interior.
Ahora sí que parece mentira que del engrudo de harina y agua de esta mañana salgan estas maravillas.
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