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miércoles, 13 de abril de 2011

Recuerdos de antaño


Recuerdo a la tía Doloretes y su olor a pan reciente, a coca tierna y a espliego.

Vestía toda de negro, un negro hecho de lutos y rutinas.

Vivía en aquel caserón grande, lleno de corrientes de aire, tras el portal herrumborso, hecho a la medida del carro.

Sus manos como hogaza de pan olían a hierbas y a ungüentos de antaño.

Las primeras luces del día me traían el canturreo de su trajinar por la casa; y siempre me esperaba para destapar el pan que había fermentado durante la noche, al abrigo tibio y agrio de la manta.

Con gesto ritual hundíamos las manos en la masa blanda y olorosa y la amasábamos, la tía Doloretes a ritmos de suspiros y yo a ritmo de nanas. Luego tomaba parte de la masa y yo, maravillada, asistía al paso del caos al orden, delante de mí estallaba humildemente la involución de la entropía.

De sus manos salían las más antiguas formas engendradas por las mujeres en la noche de los tiempos. Una hilera de panes cubría la tabla blanqueada de harina y por toda la casa se esparcía el olor matriarcal de la fermentación y el aroma de la tierra recién regada que subía de la calle.

Con la tabla bien sujeta bajo el brazo, íbamos calle abajo hacia el horno del panadero. Un penetrante olor a pan cocido se escapaba de aquel lugar lleno de tías Doloretes. Y allí dejábamos la tabla, sobre el estante bien abrigado al calor del horno.

Horno-infierno de tonalidades rojas jamás olvidadas. Fuego de llamas engañosas. Ámbito de mágicas trasmutaciones, donde la espera me suscitaba visiones que clamaban arrepentimiento, pero también el deseo, cuando fuera mayor, de meter en el horno todas las cosas necesitadas de cambio.


Neus Planelles

"Golosinas y pasteles" Ed. Edhasa

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